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sábado, 2 de enero de 2016

Es un trabajo conjunto

Según la guía para padres, madres y profesorado de infantil del ministerio de Educación, Cultura y Ciencia.
Si aceptamos que la educación sexual es responsabilidad tanto de las familias como de las escuelas, se hace evidente la necesidad de intercambio entre quienes educan en los dos ámbitos, lo que conlleva intentar superar barreras y dificultades que pueden limitar esta comunicación. Para algunas familias, no es fácil aceptar que en la escuela se trabaje la sexualidad con sus hijos e hijas. Asimismo, para algunas madres y/o padres, hablar de lo que viven sus hijas e hijos en casa no siempre supone una tarea fácil, ya que muchos de sus comportamientos y sufrimientos tienen que ver con determinados acontecimientos familiares. Les cuesta ahondar en todo ello, entre otras cosas, porque temen la culpabilización, los posibles reproches o la falta de comprensión por parte del profesorado.



Por otra parte, algunos maestros y maestras no terminan de tener claro que la educación sexual sea realmente una función que les corresponde. Quienes sí lo tienen claro, sienten cierto temor a que las familias interpreten este trabajo o cualquier manifestación de afecto hacia sus hijos o hijas como abuso o perversión. Por todo ello, para que ambas instituciones colaboren entre sí, hace falta crear relaciones de confianza en las que sea posible decir la verdad, nombrar y ahondar en estas dificultades sin negarlas ni esconderlas, y encontrar los modos de colaborar que tengan en cuenta los miedos, necesidades y deseos de todos y todas.



Hay actitudes que ayudan a entender nuestras propias dificultades y las del otro o la otra, y a abrir un proceso de comunicación que parta de la confianza y el respeto mutuo. Estas son algunas de ellas:

La honestidad para contar aquello que se hace y lo que no se hace en la práctica educativa que cada cual desarrolla. Lo que implica preguntarse: — ¿estoy en disposición de contar la verdad sobre mis formas de sentir y hacer educación, o temo los riesgos que van implícitos cuando hablo en primera persona?

La humildad para aceptar las dificultades y miedos (tanto propios como ajenos). Lo que implica preguntarse: — ¿estoy en disposición de escuchar los miedos y dificultades ajenos sin enjuiciarlos?; — ¿soy capaz de expresar mis miedos y dificultades sin sentir que con ello estoy mostrándome “poco” profesional?; — ¿soy capaz de expresar mis miedos y dificultades sin sentir que con ello soy una “mala madre” o un “mal padre”?

La apertura que permite reconocer que un maestro o una maestra puede aprender de una madre o un padre, y viceversa. Lo que implica preguntarse: — ¿estoy en disposición de dejarme dar y de aprender de las experiencias de otras personas que no forman parte de mi familia?; — ¿estoy en disposición de dejarme dar y de aprender de las experiencias de otras personas que no son profesionales de la enseñanza?

Las ganas de facilitar el trabajo de todos y todas poniendo sobre la mesa aquella información y herramientas que se conocen y se consideran útiles. Lo que implica preguntarse: —¿siento que al dar este tipo de información estoy abriendo un camino para intercambiar saberes o, por el contrario, siento que estoy exponiéndome demasiado?



En las relaciones entre la familia y la escuela, lo importante es que cada cual (se a padre, madre, maestro o maestra) procure entender en cada situación concreta qué es lo que dificulta el desarrollo de estas actitudes, sobre todo aquello que tiene que ver con uno mismo o un a misma. No se trata de buscar culpables, ni de obligarnos a hacer aquello que no nos sale, si no de entender para buscar los modos realmente posibles de transformar aquello que no funciona o funciona mal.

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